DELIMITANDO MI ESTILO
Qué tipo de terror me gusta y cuál no
PROCESO DE ESCRITURA


Siempre me han dicho que soy muy clásico. Para lo bueno y para lo malo, a mí lo que me gusta es el terror de siempre: de apariciones fantasmales y difuntos que vuelven de la tumba; de carreteras solitarias, cementerios espectrales y casas abandonadas. De la razón que deviene locura y de la inocencia que acaba con posesión diabólica.
Me atrae ¡y me inquieta! lo que no debería suceder y sucede. Lo que es irracional y, sin embargo, acontece. Esa persona, animal u objeto que se te aparece de modo imposible.
Me espantan ¡y me cautivan! las batallas espirituales entre el bien y el mal, entre ángeles y demonios interiores y exteriores, entre el ser humano y la fuerza descontrolada de la naturaleza.
Todo ello se refleja, creo yo y así me lo han constatado, en mi escritura. Narro sobre lo que me entusiasma y sobre lo que me aterra, y no siempre ambos son términos excluyentes. Por eso me dijo el conocido escritor y youtuber Javier Miró, en una tutoría por videollamada cuando me hizo el informe de lectura, «es que eres muy Poe, muy Lovecraft» y yo asentí, diría que hasta orgulloso. Eso sí, reconozco que ser tan clásico tiene sus limitaciones, y por eso mi desafío es transmitir esa pasión por el horror decimonónico en los tiempos actuales. «El lector de terror de hoy está ya muy pasado, las morgues están vistísimas...» continuó asesorándome Miró. En efecto, ser tan clásico tiene sus pros y sus contras, pero eso es lo que a mí me hace latir el corazón y no es cuestión de renegar de ello, sino de darle un enfoque actual para transmitirlo al lector de hoy.
¿Con qué formas del terror no me identifico? Pues, en primer lugar, con el gore. No comulgo con ese gusto en regodearse en lo desagradable, en la sangre o en la víscera, en el dolor o en la tortura. Puedo pasar por encima dando alguna pincelada en ese sentido, pero sin entrar demasiado. Para mí, si hay sensación desagradable no hay terror. Tanto es así, que cuando en una película veo demasiada sangre se me quita el miedo.
Tampoco me identifico con formas demasiado intelectuales del terror, tipo Cortázar. A diferencia del gore, que no me gusta nada, valoro la escritura del escritor argentino. Recientemente, he leído algunos cuentos suyos, precisamente por recomendación de Javier Miró, para que yo mismo vea otras formas de explorar los arquetipos terroríficos. Tales relatos me parecieron buenos. Es más, me parecieron geniales, pero no llego a conectar con ese estilo. Me vino bien su lectura como apertura de miras, pero mi propia escritura no es nada cortazariana.
Y si bien es verdad que el terror demasiado intelectual no es lo mío, tampoco lo es el terror demasiado simple, sin un atisbo de lírica, con personajes planos y sin alma. Para mí, el terror debe ser una manera de deslizar alguna verdad profunda, no una mera sucesión de hechos aterradores. Me gusta el terror que provoca algún tipo de reflexión en el lector, quizá de manera inconsciente, pero, en todo caso, que le obligue a ir un paso más allá de los acontecimientos que se narran.

